Hace tiempo leía a un entrenador que hablaba del equipo y lo definía como aquel que habita en el vestuario, pero que nadie lo conoce. De que han oído hablar pero nunca lo han visto. Se sabe que existe pero permanece oculto a los ojos de todos.
Y es verdad. ¡¡Qué difícil es conseguir sacarle de su escondite y que conviva día a día con nosotros!! Por eso, cuando logramos conocerlo y sobre todo, convencerle para que permanezca entre nosotros toda una temporada, el mérito es grande y debe ser reconocido.
Precisamente lograr la presencia continuada del equipo dentro del vestuario y fuera en la cancha es responsabilidad de los entrenadores, una labor de todos y mérito de otros muchos.
Ser y pertenecer a un equipo exige generosidad de lo individual a lo colectivo. Aportar, sumar y entregar las capacidades personales para buscar las sinergias necesarias en busca de logros superiores sólo posibles en el seno de un grupo.
Convivir, cooperar y compartir, se convierten en valores de retorno de lo colectivo a lo individual que satisfacen los deseos legítimos y necesarios de la persona que libremente entregó sus habilidades al mismo.
Trabajar en equipo. Jugar en equipo. Palabras y conceptos, que se repite continuamente y en cualquier ámbito socialmente reconocido, que todo el mundo persigue, desea y habla de ello; pero que muy pocos logran saber, y sobre todo, experimentar su verdadero significado.
No es tan fácil pasar de dicho al hecho. Jugar en equipo puede ser considerado hasta “contra natura”, pues nuestra propia evolución como especie ha primado la supervivencia, la subsistencia, el interés individual y la selección de los más fuertes. En mi humilde opinión, el egoísmo es más natural de lo que parece, inherente al ser humano; mientras que la generosidad es un producto de la educación y la cultura que trata de mejorar nuestra convivencia.
Los que nos dedicamos al deporte tenemos esa suerte. Es nuestro reto diario. Presente en cada momento de entrenamiento o competición. Es una virtud y una necesidad. O es una necesidad hecha virtud. Lo queremos, lo deseamos, lo necesitamos para lograr nuestros intereses y el de los otros. Es egoísmo y generosidad. Un equilibrio perfecto pero altamente inestable y delicado. Un caminar por una cuerda floja donde cualquier error, por pequeño que sea, puede tener consecuencias trascendentes y extraordinarias, difíciles de calibrar en el momento pero que diferidas en el tiempo pueden ser altamente destructivas
La construcción del equipo no es un momento y en un instante. Es un día a día. Minuto a minuto. Lluvia fina que va empapando y que al final moja.
La formación de un equipo es también una elección entre la posibilidad del éxito como grupo o el fracaso como individuos. Cuando la meta es colectiva y es imposible alcanzarla de forma individual, como sucede en los deportes de equipo, empeñarse en el “yo” por encima del “nosotros” es un fracaso de la inteligencia y una zancadilla al más común de los sentidos.
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